Venganza de chocolate

Tienes razón, -dijo ella a su marido con su habitual tono dulce y sospechósamente condescendiente– después de hablar contigo y pensar un poco, me he dado cuenta que mis celos no eran más que un deseo irrefrenable hacia tus labios y tu cuerpo. Va a ser eso, que me gustas demasiado, cariño.

Ay, qué tonta he sido, si tan siquiera pudieras perdonarme. A lo mejor podría empezar por compensar mi falta de dulzura con estos dulces que he cocinado. No me digas que has comido pasteles antes de venir a tu casa con tu mujer. No pasa nada, seguro que has dejado algo de hueco para mí, por si me daba por cocinar, que bien sabes que a una mujer a veces le apetece “cocinar” para su maridito y puede sospechar si no tiene hambre, así que seguro que te cabe un pastelito pequeñito.

Sé que a un hombre se le gana por el estómago. ¿A que sí? ¿A que se os gana por el estómago? ¿Quieres uno? Es que quiero ganarte frente a las tentaciones de fuera. Me he fijado que últimamente te gustan mucho los dulces y que los comes en secreto fuera de casa. Aunque no me digas nada, una mujer sabe cuando su marido come fuera. ¡Qué goloso ha salido mi maridito!

Come despacio, cualquiera diría que estás nervioso por algo. ¿Estás incómodo cariño? ¿Es que te intranquila comer con tu mujercita? ¿O es que te resultan insípidos mis postres? Porque antes bien que te gustaban y me pedías que dejara todo y te hiciera un dulce sobre la marcha y no te ponías nada nervioso…

Tonta, tonta he sido por pedir que el hombre con el que me casé no le gustase comer fuera, que sólo te metieras en la boquita cositas que sólo te diera yo y que nadie más pudiera darte. Yo te he dado mi vida entera para ti, pero como me has explicado, es que estaba confundida y veía las cosas al revés. En vez de darte la vida, quizás ahora debería darte la muer… jajaja, es una broma, cariño, ya sabes cómo soy. Sigue comiendo, amor.

¡Uy! Nervioso o no, sí que parece que te han gustado. Cómo te gusta comer entre horas pillín, jajaj, no hace falta que comas más, pero los he hecho sólo para ti y sería una pena que se pusieran malos. Mírame, mírame a la cara mientras te los comes. Me gusta que los saborees mientras hace efecto el… chocolate.

También te he reservado uno, por si quisieras tener energía en esos paseos largos que te das y que nunca me cuentas a dónde llegas pero de los que vuelves tan cansado o para cuando te quedas en el gimnasio hasta tarde y llegas agotado, sin hambre pero con olor a bizcocho recién horneado.

—o—

¡Policía! ¡vengan rápido Acabo de llegar a mi casa y me he encontrado a mi marido muerto en la cocina!.

—o—

No señor agente yo no sé nada, estaba fuera, tengo muchos testigos que darán buena cuenta de dónde estuve. Él llegó con una bolsa de pasteles y una nota de una tal Lucía. Se comió varios, me dio un beso y se desplomó sobre el álbum de fotos de nuestra boda.

No sé, creo que tiene una compañera de gimnasio que se llama así y tiene una pastelería, por cierto, yo investigaría porque puede que todos sus clientes hayan sido envenenados también en un ataque de celos.

Museo expresionista: Apocalipsis. Huida.

APOCALIPSIS. HUIDA

Oigo gritos de dolor verde y amarillo. Personajes que saben a hilos negros. Gritos de pánico por querer salir de sí mismos, por no saber qué son, por no saber si son o no son. Verdes y amarillos. Gotas que caen donde la única realidad es que van de arriba a abajo. Los colores giran, los trazos saltan, las manchas parpadean.

Apocalipsis. Huida.

Sigo mirando de frente pero inclino la cabeza. Cambio de perspectiva. Las gotas caen en diagonal. Visión antropocéntrica. Egocéntrica. Educéntrica. Trazo, giro, pincel, mancha, color, forma, un ojo, es un ojo, sí es un ojo, está mirando algo ¿Me miras a mí? ¿Cómo sabes que yo iba a estar delante tuyo?

Apocalipsis. Huida.

Cierro los ojos, te transformas,.

Te quito y te aporto.
Te giro y te importo.
Te ensancho y te acorto.
Te amplío y te recorto.
Te odio y te soporto.
Te creo y te aborto.
Te evito
absorto

Abro los ojos. Reapareces tal cual te recordaba.

Apocalipsis. Huida.

Soy tú. Me meto en tu piel. Todavía no existes. Eres blanco en mi mente negra. Miro la tableta de colores: Verdes, rojos, azules, amarillos, violetas. Miedo, ira, alegría, tristeza, amor, rechazo. Mi pincel acaricia la textura de cada uno de ellos. Elijo el que sabe peor. Pinto mi aliento en el lienzo.

Apocalipsis. Huida.

Oigo voces.

  • Rosa: Es la alegoría del amor que fluye a través de… No.
  • Verde. La tristeza tiñe de colores la inmensidad de un corazón congelado por sentir el… No.
  • Rojo. Te estoy hablando, joder, hazme puto caso o me voy a cagar en tu puta vida de… No
  • Azul. Es la suma de momentos vividos por el autor que plasma en… No.
  • Violeta. El golpe emocional que sientes. Ese primer vistazo que hace que…. No.

Apocalipis. Huida.

Pintor: Del lat. pictor, -ōris, con la n de pingĕre ‘pintar’. Persona que se dedica al arte de la pintura

ArteDel lat. ars, artis, y este calco del griego. arte téchnēManifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros.

Apocalipis. Huida.

Y tú qué miras, paseando así, bien vestido, en silencio. Te quedas delante mío como si supieras algo de mí, como si quisieras mirar a través de lo que ven tus ojos. Hipócrita. Yo soy tú, una parte de ti. Un plano de ti realidad de múltiples dimensiones que solo se captan con tu sexto sentido.

Apocalipis. Huida.

  • Las kardasinan. Kris, Kourtney, Kim, Khloé, Robert, Kendall y Kylie.
  • Youtubers. El Ruibus, Las Ratitas, Adexe y Nau, Sophia Grace, La Diversión de Martina
  • Influerncers. Fashion Laerta, Gavinduh, Inlovewithkaren, CocoPinkprincess

Apocalipis. Huida.

Inciso. Permítame volver al comienzo del texto. «Gotas (que son de mi propio sudor) caen de arriba a abajo, me vuelvo verde y amarillo. Soy un personaje que sabe a hilo negro. Gritos de pánico por querer salir de mí mismo.» Sí, estimado lector, el primer párrafo hablaba de mí.

Apocalipsis.

«Amor, ve al museo con ella, le gustará compartir eso con su padre»

Huida.

«Cuando tu niña te pregunte sobre un cuadro, tú le dices que qué ve ella y la dejas hablar sola a su puta bola» puto insensible padre de Javi.

Seré sincero.

Verás, Laura, cariño, te voy a confesar una cosa que para un padre es difícil. Respondiendo a tu pregunta, no tengo ni iiiiiiideeeeeeaaaaaaa de qué significa el cuadro. También debes saber que no sé mucho de arte, pero lo que sí podemos hacer y que me encantará compartirlo contigo, es aprender juntos. Tú me enseñarás cosas y yo a ti. ¿Te parece?

«EL DIÁLOGO SE DESARROLLA MINUTOS ANTES DE QUE UNA BOMBA ARRASE LA CIUDAD»

—¡¡Bésame!! —el porte de Sofía era de femme fatalle de telenovela.

—Es que no me he lavado los dientes. —el de porte de Luis el de un gato esquivo.

—Yo tampoco, así nos saborearemos de verdad. —insistió ella acercándose apasionadamente.

—Es que con los dientes sucios me da asquete —susurró separando el cuerpo de Sofía del suyo.

—Nos queda poco, besémonos para recibir a la muerte en haciendo el amor en esta guerra.

— ¿En serio? ¿Morir te pone cachonda?

—¡¡Quiero pasar a la otra vida con lo más bonito de ésta entre mis brazos!!

—¡¿Y no te apetece abrazar a ese… pilar medio derruido de allá?!—Aportó él esquiva y contundentemente—¡¡o mirando el atardecer!!

—El único Sol son tus ojos.

—¡¡Pero donde has visto soles verdes almadecántaro!! Anda, anda, a ver si tanto napalm te ha afectado a tu cerebrito de chorlita.

—Que nos encuentren desnudos. —Sofía da un paso adelante.

—¡Ah! No, que estoy muy fofisano últimamente. —Luis un paso atrás.

—¡¡Me da igual!! —avanza.

—No, si lo digo por quién encuentre mi cadáver —retrocede

— ¡Estaremos muertos! ¡Nos dará igual!

—Ya, pero he sido un poco loco en esta vida, ya sabes. Mi alma estará por aquí una temporada muy laaaarga (exagerando el gesto con la mano, apartando a Sofía) antes de subir al cielo.

—Eso, ¡hagamos locuras! —avanza Sofía.

—Quita, quita, que me estoy resarciendo. —recula él.

— ¿Quién lo va a saber?

—Dios

— ¿Qué Dios?

—El que esté aquí de jefe supremo de área ¿Cuál es la religión prominente en este lugar?

—A estas alturas ya está sentenciado el Juicio Final. —Acerca su boca a la de Luis.

—Quita, ¿y si Dios se ha despistado haciendo cosas de deidades y está tomando nota ahora? Eh? eh?? Piénsalo…

—Dios es amor y le encantará recibirnos en el estado amoroso-carnal.

—Él es nuestro padre. A ningún padre le gusta pillar a sus hijos, ya sabes, haciendo el triki, triki.

—Es la naturaleza humana. —ella da un paso adelante.

tíiiiiaaaaa, —Luis fuerza un silencio teatral— si Dios es nuestro padre, entonces tú y yo somos hermanos, her-ma-nosss ¡puagggggg! —paso atrás.

— ¡Hagamos el amor!

— ¿Por qué no te haces un satisfier? Hazte el amor a ti misma. Qué manía con tanto follar, tanto follar…

—No es eso, yo hablo de un encuentro místico entre los dos.

—Mmmmmmh, ya. ¿Cuando tu madre te pillaba con los dedos en la masa, le colaba esa excusa del encuentro místico?

Paso a tras, paso a tras, Luis no se había dado cuenta de que ella, fingiendo la seducción, le había llevado hasta el final del piso, donde una bomba anterior había derribado totalmente la pared que lo protegería de una caída de 10 plantas. Estaba justo, justo al borde.

Con un talón sobre la sima, Luis empieza a asustarse. Cambia de tono radicalmente. Habla pausado y serio. —Sofía. De verdad, escúchame. Tienes apenas 10 minutos o 10 horas para ser tú misma antes de que bombardeen este lugar. Hemos fracasado la misión. Se acabó, hemos perdido ¿Por qué no dejas ya ese papel y asumes lo que ha pasado? —Luis abre los ojos de golpe al darse cuenta de la situación: Pese a todo lo que había pasado Los Insurrectos nunca les habían descubierto ¿cómo era posible? — Sofía, —pregunta al borde del filo y del grito. ¡¿Quién demonios eres y por qué has estado protegiendo todo este tiempo?!

Se hace un silencio roto sólo por el silbido de las bombas cayendo. Sofía respira profundamente. Le mira sin decir nada. Ha cambiando el gesto. No es ella, no quien él quiere como a un hermana. Sofía le coge fuerte por los hombros sobre la caída. La vida de Luis está en las manos de ella como tantas otras veces durante la contienda, pero esta vez no es como siempre.

—Luis, ha llegado el momento de que sepas algo.

—Dime Sofía —Sabe que está vivo por la decisión de Sofía de no soltarlo ¿todavía?

—Luis. No fue casualidad que hace 7 años cayera en tus manos ese libro, ni que nos sentáramos juntos en ese avión que creíste coger fruto de un impulso alocado, ni que con la excusa de marearme empezáramos a hablar. No Luis, todo fue concebido al detalle porque TÚ Y SÓLO TÚ ERES QUIEN …

El Abuelo

Cuando conocí hace años las fotos de Chema Madoz me impactaron. Recuerdo preguntarme cómo sería la realidad en la que viven esas imágenes. De eso va este relato.
Aproveché unos deberes del taller de escritura, que justamente consistían en crear una historia a partir de una imagen*, para desarrollar esa realidad del fotógrafo.
*La imagen de partida no la comparto porque pertenece a los recursos docentes privados de mi profesor y 
el texto se entiende bien sin ella. ¡Disfrutad!

¡Hola grandullón! ¿Qué haces despierto? Hijo, ¿Qué me traes? ¿Y esa foto? Vaya, esa foto precisamente. ¿De dónde la has sacado? Cariño, sabes que no me gusta hablarte del abuelo y que es muy tarde… Bueno, ¿sabes qué? Que ya eres mayor.

A ver por dónde empiezo…

¿Te has preguntado alguna vez por qué siempre te digo que no dibujes un dragón, que mejor hagas un águila; que no inventes castillos, que copies uno de tantos que ya hay o que los ángeles no existen, pero los médicos y los policías sí?

Bueno, todo tiene un por qué.

Verás, cuando murió la abuela, siendo yo de tu edad, tu abuelo, en vez de quedarse parado y triste, se decidió empezar a vivir, digamos… «a su manera». Se convirtió en una persona nefelibata, que diría él. Pasó de ser un respetado hombre de negocios de la comarca a volverse un poco tarumba.

Empezó con pequeños cambios en casa. Quitó los marcos de las puertas y en su lugar puso libros superpuestos de diferente temática en forma de arco. Para pasar de una habitación a otra tenías que encontrar la llave que él escondía aleatoriamente en uno de ellos. Pretendía que me entrara la curiosidad y desarrollara la creatividad. Acabé comprando un imán para encontrarla.

Un día llegué de clase y ya no había mesas. Las había cambiado por maletas con patas. Al sentarnos a almorzar o cenar me contaba alguna batallita de algún viaje que había hecho. Sabía que sus historias eran inventadas porque cuando iba a la biblioteca a estudiar acababa buscando la verdad de los sitios donde él supuestamente había viajado.

Cuando yo te castigo te pido que vayas a tu habitación a pensar ¿verdad? Pues si yo me portaba mal él me obligaba a sentarme mirando una la pared del comedor. En ella había escritas una panoplia de palabras que se vislumbraban con el sol. Según él quería “hacernos ver más allá de la pared, a través de las palabras” Yo me pasaba la condena con los ojos cerrados y dándole vueltas a cómo irme de esa casa.

En el jardín había plantado una escalera muy, muy alta con un asiento al final. Decía que cuando estabas confuso, podías subir a preguntarle tus dudas a los ángeles. Era habitual verle ahí arriba hablando solo, como un loco. Era el ejemplo más claro de que él estaba en las nubes. Yo decía que tenía vértigo para no subir.

Y así montones de cosas.

Esta foto que me has traído es del día que nos enseñó su gran proyecto. Estaba increíblemente feliz. Había invertido todos nuestros ahorros en transformar el antiguo cuartel del pueblo en un centro cultural para enseñar a la gente a ver la realidad como él la sentía. Le iba a poner mi nombre.

Todo iba bien hasta que, cuando ya tenía casi todo hecho, se le acabó el dinero y nadie, ni vecinos ni amigos quisieron ayudarle. El pobre salió de golpe de su trance, como si se hubiera dado cuenta de que el proyecto y su forma de ser eran, simplemente, una locura.

Se quedó gris

Estuvo así durante semanas.

Le dí por perdido.

Una tarde, sin venir a cuento de nada, me miró sonriente como cuando inventaba sus cosas; me dio un beso, me dijo que me quería como a nadie, que estaba muy orgulloso de mí, salió de casa y nunca le volvimos a ver más. Me abandonó, pero curiosamente, desde entonces le siento muy cerca.

La gente decía que le habían llevado preso o al manicomio o que se había suicidado. Es todo mentira. Yo sé que se subió a la escalera del jardín y allí le recogió la abuela y ahora están viajando juntos por las palabras del salón y por los libros de las puertas.

No sé por qué nunca había hablado de esto. Pensándolo, creo que todas sus locuras me enseñaron mucho aunque yo lo pasara tan mal. Incluso creo que el hacerme escritor se lo debo a su forma de ver el mundo.

Campeón, se me está ocurriendo una cosa. Sé que tienes clase y es una locura pero ¿Qué te parece si mañana por la mañana vamos tú, mamá y yo al pueblo con muchos papeles y lápices de colores y pasamos el día dibujando ángeles, dragones y castillos?

De Colores

Este texto nació para ser recitado, así que si no tienes a nadie cerca, léelo en voz alta y déjate bañar por el arcoíris

Hola. Me llamo Eduardo y soy una persona gris. A veces más claro y otras más oscuro. Pero gris. No me emociono, no entiendo las metáforas, no me gusta llamar la atención así porque sí. Que no os engañe el color de mi ropa, o de mis gafas, son una mera construcción social para mí.

Gris

Pero no os penséis que mi vida es anodina, sobria o pueril. Vivo en un mundo de detalles, de sombras contrastadas que definen nítidamente la realidad del aquí.Sin exageraciones, emociones, ni interpretaciones de pedigrís. Mi rueda cromática es un palo con un punto blanco y otro negro en su fin. Los colores son superfluos y nimios y son del todo baladí

O eso pensaba yo, inocente de mí.

Un día, estudiando, en la biblioteca Vi a lo lejos avanzando dos coletas Sentía en mí pecho recitando a poetas Cuando se quedó mirando con una mueca Y yo disimulando lo que me nacía por sus pecas.

En toda la mañana no me pude concentrar porque en comparación yo no era más que la oveja negra del lugar, un discreto estudiante de guante blanco y de color irregular. Yo estaba muy verde en esto de amar pero pensé que era mejor estar una vez rojo, que ciento amarillo para variar.

Me armé de valor y me acerqué «me, dejas un boli… estudiar» Ella me dio uno especial: su favorito. Esa mañana pinté mis apuntes a siete colores fosforitos. Después de aprobar esa asignatura supe que debía probar a subrayar mi mejor lectura así que otro día la volví a hablar y con toda mi soltura NO le pedí una cita, se la leí, con locura:

«He aquí mi secreto, que no puede ser más simple sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos» dijo el Zorro al Principito.

Desde entonces ella es la única persona que me saca los colores. Es mi media naranja. Lo ve todo de color de rosa excepto a mí, que soy el príncipe azul de sus amores Ella es todo pasión. Me besa y me quedo transparente y no duda en pintarme a juego de su canción; Rojo prohibido, naranja espontáneo, amarillo curación, verde vida, azul seductor, añil elegante, violeta adoración,

Pero.

Pero como todo amorío, tiene su tono cálido y su tono frío: Ayer, sin ir más lejos, se puso de un amarillo tan chillón que secó los ríos. Me puso verde por un marrón que dejé en la sobre el hornillo: unas naranjas se pusieron grises y hubo buscarles mejor destino. A mí me dio igual, pero ella me miró con una cara de que algo iba mal. De pena y de distancia, como si hubiera algo la escena de lo que yo no tuviera constancia.

Me quedé en blanco, pero al final, con su mirada, entre en resonancia. Esos ojos me hicieron descubrir que la vida es de colores vivos de elixir y grises sólo se quedan aquellas naranjas se dejan pudrir y aquellas vidas que se quieren morir, aunque sea sólo metafóricamente.

Decidí cambiar.

En la oscuridad de aquella noche me puse a buscar en mis propias retinas aquellos colores en los que plasmar mi vida. Por ahora me estoy decidiendo Por el rojo melocotón de su abrazo tierno Por el rojo atardecer de nuestras sábanas de invierno O por el rojo frambuesa de sus labios cuando me lleva al infierno.

Pero, el va ganando a todos, que es ese aguamarina-amarronado-con-toques-miel-reflejos-ámbar-y-corona-cobriza-brillantes de sus ojos que se vuelve más intenso y puro y sincero, justo antes de decirme «¡te quiero!».

El hombre de la barba deshilachada

Otro día más, el solitario hombre de barba deshilachada de la cabaña del bosque intenta prepararse la cena sobre la chimenea. En aquel lejano y lóbrego lugar nunca hacía calor y la humedad era tal que prender un fuego resultaba casi imposible. Empezaba a perder la paciencia cuando, de repente, en la lluviosa y oscura noche, escucha que alguien da tres golpecitos a la puerta. Se acerca, gira el picaporte, abre y afuera ve a un pequeño tembloroso niño, con aspecto cuidado pero empapado y morado de frío, que se asusta al ver su barba deshilachada y sus ropajes viejos. 

-¿Qué quieres?- dijo muy serio el hombre. 

-Estoy perdido y está cayendo la noche ¿puedo pasar?

-Si tú no medas nada, yo no te doy nada, es la ley del bosque. 

-Es verdad. No tengo nada, pero sólo pido que deje que me resguarde dentro. Me quedaré en un rincón en silencio hasta que vuelva la luz y pueda encontrar el camino a mi casa

El hombre de barba deshilachada, muy serio, sin decir una la palabra, le señala la más sombría de las esquinas de la cabaña. El niño entra y se queda sentado en un rincón sin hablar, como había prometido. 

El hombre vuelve a intentar avivar el fuego, casi apagado, para hacerse una sopa. Tiembla de frío. 

-Gracias- se oye tímidamente al fondo. 

-¿Cómo has dicho? -Preguntó muy serio el hombre. 

-Nada, señor, sólo le daba las gracias por dejarme pasar. 

El fuego, de repente, se aviva llenando de luz y calor la cabaña. 

Con la intensidad de la lumbre, la sopa se fue cociendo y el olor alimentaba toda la choza. El hombre de barba deshilachada se sirve un poco y empieza a comer. Al acabar se va a servir más, pero al mira al niño, algo le hace cambiar de opinión.

–Toma un poco, estarás helado- Le dice.

–No puedo aceptarlo, no tengo con qué pagarte –responde el chico. 

Aun así, le da el plato. En ese momento el hombre sintió algo raro, como si lo que se llenara de luz y calor fuera, esta vez, su corazón. 

Pasan los minutos en silencio. Ya es de noche cerrada y el hombre se va a acostar, pero antes quita de su fría y húmeda cama una de las viejas mantas y se las pone por encima al chico, que yace acurrucado en el rincón, dormido. Al volver, como si fuera un milagro, su cama está seca y caliente, como antes de que las tinieblas invadiesen al bosque. 

A la mañana siguiente, el hombre se despierta de un profundo y reconfortante sueño. Pese a que llueve a mares, el niño ya se había ido. Se atusa la barba para ir al pueblo. De camino, se encuentra con un anciano que llevaba una pesada carga de leche sobre sus hombros. Sin decir nada, le coge algunas botellas y se las carga él. 

-No lo hagas, -le reprocha-, no tengo nada con qué pagarte.

El hombre ni lo mira y de repente deja de llover y las nubes se vuelven menos grises. Ambos sonríen mirando al cielo y emprenden camino al pueblo. 

El anciano, al llegar, ve a un vecino que no tiene qué desayunar y le da una garrafa. Aquel pobre hombre lo rechaza porque no tiene con qué pagarle, pero el anciano insiste. De repente, por primera vez en muchos años, un rayo de luz del sol se deja ver en el pueblo, el vecino se aleja contento y de repente los pájaros cantan y al rato el olor a hierba mojada impregna el aire y poco a poco la luz vuelve al lugar. 

Hace ya mucho tiempo desde que aquel niño llegara a la casa del hombre del bosque y ya apenas queda nadie que recuerde que el pueblo era un lugar sombrío y tenebroso en el que no había compasión. Nadie, excepto aquel hombre de barba deshilachada, que desde entonces, siempre hace cena para dos y tiene una cama preparada para cualquiera que necesite resguardarse en del frío. 

El viaje

Hola, a estas alturas estarás tirada en el sofá lamentándote de tu mala suerte, pero a las 7 estaré en el Ayuntamiento.”

Un frío y húmedo Oviedo de otoño no era el paisaje más motivador para salir a la calle, aparte, siempre que se veían ella acababa desnuda y hoy no tenía cuerpo, pero aun así, sin saber por qué, 10 minutos más tarde de la hora prevista estaba donde habían quedado.

Con el primer paseo por la calle Uría, con sus agitados comercios y luces de neón ella ya se había despojado de  su armadura de metal, tras dar la vuelta por Gascona, con el olor a Sidra y el bullicio de la gente ya se había quitado su camisa y a la altura del silencio de la catedral se quedó en ropa interior. Cinco minutos más de conversación y ya estaba, otra vez, desnuda, con la piel en carne viva. No podía evitarlo.

No tenía frío, se abrigaba con los cálidos consejos, recuerdos y chistes malos que le dedicaba su compañía, pero esta vez tampoco sentía calor. El que no le dieran la beca a Túnez la dejó helada.

Se dejó llevar a una tetería escondida, vetusta, cutre, la palabra es cutre.

 -¿En serio? ¿Aquí?- se quejó a su guía.

Dentro sonaba muy fuerte algún tipo de canción popular árabe. Los camareros, claramente paisanos de la música, se movían enérgicamente por una sala repleta de oriundos. No entendía nada de lo que se decían. -Aquí sobramos- dijo.  Se sentaron en la última mesa libre.

La camarera sin preguntar les puso un te muy oloroso que terminó por saturar sus sentidos anegados por el color de las paredes, el brillo de los telares, el olor mil fragancias y los gritos de los hombres y mujeres engalanadas con túnicas.  

Ella volvió a vestirse, protegiéndose.

En un momento, Laura, que había estado luchando toda la tarde por hacerla sonreír, dijo mirándole a los ojos:  -María, Túnez está más cerca de lo que crees- Se levantó y su figura se perdió tras una puerta vieja.

La música se escondió tras un silencio y en un extremo del local se iluminaron unos focos. Empezaron a tocar una Nay un duduc y un darbuca y apareció la figura de una bailarina aflorando por el fondo.

-¡Laura!

Pelo suelto, ojos seductores, media sonrisa de confianza, manos cruzadas y una cadera desafiante atrapaba las miradas y la admiración de todo el personal, especialmente de María, quien jamás sospechó que su amiga fuera tan… “¡wow!”.

Con un sujetador azul brillante lleno de purpurina y una larga falda plisada formada por pañuelos de seda, se empieza a apoderar del momento. Las pulseras y adornos tintineaban al ritmo de una pasión cada vez más acelerada.

Todo el local era su escenario, levitaba entre las mesas, mirando y jugando con todos los asistentes. La sonreían y se movían en sus asientos con ella. Se decían palabras que sólo ellos entendían. Se notaba la tremenda admiración que sentían por ella.

Laura iba dejando caer pañuelos.

Poco a poco las mujeres y los hombres iban saliendo a bailar conforme la maestra de ceremonias (¡Laura, su amiga Laura!) les iba animando a levantarse. El jolgorio, los gritos y la festividad y esa música tan animada hacían que María se sintiera en casa y lejos, muy lejos de Oviedo.

Todos bailaban ya. Nadie miraba a Laura, que, sensual y poderosa aprovechó para acercarse a María que estaba, otra vez, totalmente desnuda. La hizo levantarse, cogió el último pañuelo de su falda y la rodeó el cuello muy suavemente. Ambas movían sus caderas, ambas se sonreían, ambas se sentían embriagadas por el espíritu de la música hasta que un cruce de miradas las hizo a ambas quedarse quietas.

Se dieron su primer beso, un beso que era el billete de ida al viaje más maravilloso de sus vidas.

Sentada en un banco

ENTORNO

Pitufo! Un pitufo! Me pide el de la mesa 3 con la boca henchía; y es que mis clientes me llaman así por la ironía. Qué agonía.

Que la primera me reí, la segunda disimulé, la tercera me lo callé  y ya la cuarta desistí, ¡Ave María, no repartirías un poco de afonía! Naaaa, vendita inocencia mía, si en el fondo me gusta esta gente. “Don Manolo, el pitufo ¿de lo de siempre?”

APARECE ELLA

Y ella, siempre ella, eterna ella. Parece lejos, pero está cerca, ausente del bullicio y de la comedia. Mirada al infinito en un banco de la calle Tomás Heredia. Un tótem, una escultura de lo que podía haber sido, una metáfora de la vida previa al suicidio, un alto en el camino en la huída al exilio.

¿Quién es? ¿Qué esperará encerrada en su concilio?

Nunca la fui a acompañar, su presencia me hace recordar lo frágil que es la vida en este lugar llamado mundo, que grácil se evapora el amor en un segundo. Transformando un corazón latente en un grito seco, gris ausente y rotundo.

¿Quién es? ¿Qué le habrá llevado a su presente vagabundo?

Una mujer de la que no tengo saber y que me inspira poemas sobre los dilemas del querer y del correr. De la altura de nuestros sueños, de las heridas en las manos siguiendo los grandes empeños que pensamos en nuestra cabeza, dejando de lado los pequeños que olvidamos por pereza.

¿Quién es? ¿Quién será? Y sobre todo, ¿quién soy yo, para preguntar?

PASA EL TIEMPO

Ya son semanas  que me fijo si lleva sombrero los días de terral y le dejo de casualidad un abanico de publicidad para paliar la soledad del calor que abrasa ese lugar.

Que le acerco una botella de agua para rellenar sus lloros y desahogos cuando la piel se le fragua aislando sus poros y se encierra en ella.

Que la sonrío sin que me vea cuando noto que su brillo  tambalea y a la oscuridad gotea sobre el filo de un cuchillo con ganas de pelea.

Que cuento en alto un chiste cuando ella recibe el asalto del ¿por qué te fuiste? Y su mirada triste embiste el asfalto más falto de esperanza que existe.

ME LANZO

Un día, ya harto, me lancé al ruedo y sin saber cómo ni por qué le dije buenos días que si quería algo pa´comé. Que la invitaba a pasar ahora que no estaba la marabunta del tentempié. Me miró de una manera que siempre recordaré y sin saber cómo ni por qué le solté un consejo  que un día me dio una peazo de muhé.

Esperar, es vivir por los demás no por quien de verdad debes de cuidar. Que a nadie le importa lo que hagas mientras ellos no están y que el tiempo es algo que no puedes recuperar.

Su sonrisa fue su despertar, se levantó del asiento en silencio y hasta aquí puedo contar. Desapareció para no volver a ocupar su lamento.

SE MANIFIESTA

Hasta que un día se manifiesta, guapa como ella sóla, con un peinado que quitaba el sentío. No queda nada de su pena, de su pesar ni de su hastío.

Y me reconoce y me mira y cuando le voy a hablar, me tapa la boca con un gesto muy viejo: y me dice, que aquel día ni escuchó mi consejo, que me vio venir de lejos y que pasaba de otro hombre salvador, que nos creemos todos lo mejor y no somos ni un pellejo. Que no valemos ni para arder, que yo fui la puntilla que le hizo ver que en realidad quien mejor la entendía  era otra mujer! Y ese mismo día, se fue a su peluquería y a la misma regenta que la atendía le hizo ver que ambas tenían mucho que cortar, que contar, que tocar y que comer…

No sé si le dije perdón o gracias o directamente le puse un desayuno  continental pero desde entonces ambas vienen de forma sacramental a tomarse su nubecita antes de entrar a trabajar, la una con sacarina, que hay que aparentar y la otra con dos de azúcar que la vida está para disfrutar.

Se miran, se sonríen, se tocan y se hablan como dos enamoradas y totalmente integradas también se han unido al club de la ironía llamándome también Pitufo 7 veces contadas, ¡Ave María, iba en serio lo de la afonía!.

FINAL

Lo sé, no es la típica historia, pero la vida es una noria y cuando estás abajo te puedes permitir el lujo salir de tu lugar y jugar a decidir con quién seguir esta vida giratoria.

Ella y Él

Él está sentado taciturno al piano. Encorvado y agazapado sobre sí mismo mantiene situadas las manos temblorosas y pálidas sobre las teclas que pobremente roza con las yemas. Con la cabeza gacha apenas se atreve a contemplar la figura de mujer que le acompaña a su lado. Le mira de reojo lo justo para saber que sigue ahí y que el rictus de aquel cuerpo es otro totalmente diferente al suyo.

Ella está firme a su derecha. Espalda recta, manos inmutables, presencia decidida, mirada clavada en él. No gesticula. No parpadea. No duda. En su cabeza orden y clarividencia. En su corazón, odio.

Hundido debe empezar a tocar. Mueve la cabeza negando la realidad que le toca vivir, negándose a sí mismo. Aprieta los labios para no dejar escapar más llanto. Mandíbula aprisionada para hacerse daño a sí mismo, todo aquel que se merece sufrir. Respira por la nariz para impedir que su alma salga de su corazón ennegrecido. Cierra los ojos y hace una leve presión con su dedo meñique. “tíiiiiin”

Su némesis también. También niega con la cabeza; por odio. También aprieta los labios; por frustración. También encaja la mandíbula diente a diente; por rabia. También respira por la nariz; por controlarse. También niega de ella misma por enamorarse de aquel que está a su lado. Aprieta el dedo corazón. Suena “mí”

Amedrentado y titubeante, acierta a hacer sonar una nota que se escapa por el infinito de la habitación tratando de acortar la distancia que los separa pese a estar uno al lado del otro. Luego otra y otra más hasta formar una melodía rota y lenta que pobremente se escucha entre sollozo y sollozo. Está desencajado. Apenas puede mantener sus ojos y su corazón secos de lágrimas y arrepentimiento. Pulso a pulso, compás a compás, latido a latido el discurso se hila en torno a un tema. Su amor.

Poderosa, tras el primero le siguen sus otros dedos. Suena el instrumento. Improvisa la melodía, no el mensaje. Compone el sonido, no el código. Conoce a aquel ser. Sabe que él entiende su tono musical y en qué frecuencia entran en resonancia destructiva sus entrañas.

Aplastado por la melodía que acaba de oír acepta su prematura muerte. Los abrumadores gritos en clave de Sol de la partitura femenina, encierra claves que él entendía perfectamente. Cada Do era un dolor, cada Re un reproche, cada Sí un no. Cada Mí un minuto menos de vida juntos. La era la última vez que la iba a sentir a su lado. Esta vez es de verdad la última.

Vigorosa e insistente hace retumbar aquel piano. Suena fuerte, suena alto y suena contundente. Repite las estrofas musicales con vehemencia. Aliteraciones y reiteraciones clarividentes. Solo hay un culpable; él. Solo hay una emoción, desprecio. Solo hay un futuro; lejos

Le responde, pero insospechadamente, según avanza su canto desesperado le asaltan los buenos momentos vividos junto a su musa y esos destellos de luz por no olvidar le hace sentir bien. Se relaja, sonríe para sí mismo y sus manos recuperan una gracia que se extiende por todo su ser. El oxígeno musical invade cada célula de su cuerpo y se ríe y no disimula y la mira jugando y mueve la cabeza hacia los lados y  sonríe tiernamente aunque aquella figura de hielo parece no licuarse. El reo saborea su última cena.

Ella no recuerda, no empatiza, no perdona.  Sabe lo que esconden esas evocaciones tan idealizadas. Ya es tarde. Se levanta del piano. Sale de escena. Los tacones resuenan en el teatro vacío. Se baja el telón y se apagan las luces. Él se queda a oscuras.

Zipi y Zape

Cada miércoles llama mi jefe a la oficina. Me pregunta por el informe Tal y se lo digo; me pregunta por el informe Pascual y se lo digo. Si voy con retraso me echa la bronca, si voy a tiempo me dice que debo añadir algo que me hace ir con retraso y me echa la bronca. Si me adelanto a él, me dice que estoy haciendo trabajo de más y me echa la bronca. ¡Angelito!. Cuelgo y salgo a fumar.

Zipi y Zape están delante. No sé cómo se llamarán, pero Zipi y Zape les pega.

Todos los días se sientan en el banco de delante de la oficina. Zipi parte un bocadillo en dos y mientras él come relajado, mirando al infinito, Zape sigue trabajando para conseguir alguna moneda más de caridad. Acerca, sin levantarse, su mano cóncava a los viandantes y repite su frase favorita “yo de joveh era tan guapo como tú, pero tiene un gran repertorio. Un día dijo a un gordo “lo que daría por ethá de gordo como tú, cabrón” Creo que el gordo cabrón no le escuchó, o quizás fuera un gordo cabrón sordo.

Zipi no interactúa. Él mira al infinito y come, come masticando con la boca abierta, diría que sonriendo, arqueando las cejas y abriendo los ojos como un niño. Parece como si pudiera divisar el cielo a través del edificio de viviendas de lujo de mi oficina. Zape no aleja su vista del suelo y de las papeleras y de la gente que pasa. Sus ojos son los de un águila vieja.

De tanto en tanto, Zipi inspira profundo, traga y con un intenso aspaviento de curiosidad le dice a Zape “Yo creo que el mar ruge porque nadie le responde. Yo creo que nos mueve y nos vence porque quiere algo de nosotros, por eso laza insistentes lenguas saladas que nos empapan”  Zape niega con la cabeza y le salta “ehtoy hasta la polla de tuh mierda, tiomierda” Zipi asiente con la cabeza satisfecho.

Siguen comiendo en silencio, entre el cielo y las papeleras.

Zipi inspira aire y se  inspira para otra frase. Alza la voz entusiasmado “Probablemente no haya en nuestra vida un instante más terrible que aquel en que uno descubre que su padre es un hombre… hecho de carne humana”.  Zape responde “eh te calleh ya tiomierda”. Zipi sonríe complacido masticando sus palabras, le saben bien.

Han pasado ya 25 informes y 29 broncas de ese día.

Hace tiempo que solo es Zape quien se sienta en el banco a mirar al suelo, a las papeleras y a los transeúntes, pero no habla, su mano de pedir la deja quieta en el aire. De vez en cuando otea intrigado el edificio, como hacía Zipi, pero parece que es por saber qué veía él entre esos ladrillos. Después mira hacia un lado y mira hacia el otro y mira a donde estaría Zipi y se queda mirando su ausencia con la mirada perdida.

Y siguen los días. Ya van 35 informes y 40 broncas.

Debería haber incluido el valor patrimonial de los activos (aunque fuera a todas luces irrelevante). “Vete a tomar por culo hijo de puta “. Cuelgo el teléfono.

Salgo a la calle. Está Zape mirando al edificio sin saber qué mirar. Ya es costumbre en él. Me siento a su lado en silencio. Le doy medio bocata que me había traído, miro para arriba, inspiro fuerte, “La afición al té refleja aquella concepción del  Zen según la cual la grandeza se encuentra en los pequeños incidentes de la vida”

Zape me mira con disimulada sorpresa, hermandad y media sonrisa.

Grasia; -silencio- musha suerte tiomierda. Ese jefe tuyo era un Gilipollas”