Hay miedos estáticos y miedos portátiles. Miedo estático es aquel del que puedes huir: las alturas, hablar en público, una calle oscura etc. sólo los tienes mientras estás ahí y desaparecen cuando te mueves del lugar. Otros miedos los llevas contigo, porque hay miedos en los que…
Tú eres tu propio miedo
Javier yace despierto y conmocionado al borde de su colchón. Acurrucado en posición fetal sobre su lazo izquierdo desnudo y destapado no se puede mover. Nada. Ni siquiera carraspear para aliviar la sequedad de su garganta. Nada. Sus piernas, sus brazos, su cintura le son ausentes. Nada. Sus ojos irritados los mantiene fuertemente cerrados. Tampoco ve nada.
Entre tanto vacío percibe una mano que le acaricia por detrás. Áspera pero cálida. Delicada pero decidida. No esta solo. Quiere gritar. Aquel ¡¡quién coño eres, no me toques!! suena a sus oídos como un quejido de un mudo. No se puede mover, ni siquiera para chillar. Nada.
Encuentra fuerzas de su interior y consigue abrir los ojos. Mira a su alrededor. Un frío le recorre su alma cuando ve que está solo. La mano áspera, cálida, delicada y decidida no es de nadie.
Habrá sido un sueño. ¡¿un sueño?! Imposible.
El silencio negro que le envuelve se rompe de golpe cuando Javier oye a alguien en el cuarto de baño.-«Pero estoy solo, vivo solo ¡tengo que estar solo!».- Piensa. La voz le suena tan cercana, pero tanto tanto que es irreal porque suena como la suya, con las expresiones y forma de hablar como si se estuviera escuchando a sí mismo. Le dice cosas que sólo él sabe. «Esto es demasiado real», piensa.
En un esfuerzo brutal de quien quiere despertarse de una pesadilla consigue recuperar los brazos y las piernas; tomar el control. Se llena a sí mismo, va notando cómo la piel va avisando del avance del frío que siente, centímetro a centímetro. Respira cada vez más rápido, jadea, se entrecorta.
Se siente despierto. Despierto de verdad. Su cuerpo ya le pertenece. Tórpemente se levanta de la cama, va hacia el cuarto de baño, se mira en el espejo y ve esa extraña figura tan familiar. Es él, pero no es él. Con la cara desencajada por sentirse un extraño a sí mismo inspira con torpeza y consigue gritar-¡¡¿quién coño eres?!!– Se lo dice a él, a otro él. Se observa: Su marca de nacimiento en la frente, la herida que se hizo ayer afeitándose y sus labios pálidos por el miedo pero esa mirada, esa mirada es de otro.
Como una gota de sangre al caer al mar, la presencia se diluye hasta que al fin siente como propio su propio reflejo. Cada vez está más convencido de que todo era un sueño. Respira hondo. Se relaja y se apoya en el lavabo con los brazos extendidos cada vez más tranquilo. Agacha la cabeza –¿Qué coño ha pasado? Joder, qué pesadilla– Inspira una bocanada de aire, cuenta hasta tres, lo expulsa. Lo repite una vez y lo repite otra vez más. Se lava la cara. Respira. Mira al espejo, es él, él de verdad.
Inspira. Nota que alguien le mira. Un escalofrío le quiebra la voz y se le cierra la garganta. Siente una fortísima sensación de presencia. Hay otra persona en el baño, mirándole. No se atreve a mirar al espejo, sigue con la cabeza apuntando hacia abajo. Busca en el suelo indicios: otros pies u otras sombras. No hay. Levanta la vista todavía apoyado en la cerámica. Desde el otro lado del espejo el «yo» de antes tiene otro aspecto. No es él. Está con los brazos cruzados mirándole fijamente a los ojos. Habla él, el otro él “¿sigues pensando que soy un sueño?”Le dice amenazante.
ATESTADO POLICIAL.
12 / II / 2016. Madrid. Distrito de Carabanchel.
La habitación del desaparecido se encuentra a oscuras. Las sábanas están revueltas con salpicaduras de sangre con forma y densidad características de un forcejeo. Hay cristales rotos repartidos por todo el colchón que pudieran ser del espejo del cuarto de baño. En la pared izquierda hay garabatos rojos dibujados a dedo que parecen hechos con sangre. Se distinguen unas letras. Una J, otra A, una V otra I, otra E y una última R. Un teléfono móvil está en línea desde hace 12 horas 48 minutos. Coincide con la hora de la desaparición. Por el auricular se oye cada la risa de un hombre de la edad del desaparecido. Cada poco dice:
Nunca me encontraréis