Los deberes de hoy consistían en un relato siguiendo unos parámetros que, por respeto a la labor docente de mi señor profesor, mantendré guardados, sólo diré que el relato debía empezar y acabar con la misma frase.
Quería superar sus miedos.
¿Qué miedos? ¿Miedo a la vida, a la muerte, a la soledad? ¿Miedo al éxito? ¿Miedo a hacer el ridículo? ¿Miedo a lo desconocido? ¿No son, acaso, todos los miedos, miedo a lo desconocido?
El último intento fue un coach. Uno de esos súper guapos, atléticos, energéticos y bien vestidos que te echan la culpa de tu infelicidad, porque todo lo puedes conseguir, porque sólo tú puedes creer en ti mismo y no tienes que demostrarle nada a nadie, salvo al Universo. Encima los miedos se irían solos, con unas grabaciones nocturnas que escucharás al dormir.
-Puto cantamañanas – se decía Laura- pero qué bueno es dejarse engañar de vez en cuando.
Son las 3 de la mañana. Le da al play y se mete en la cama. Como un eco profundo suena esa voz, esa voz, esa voz… Quiere concentrarse, pero sus ojos se cierran al instante.
¡Alto!, ¡qué ha sido eso! Laura respira en silencio para volver a escuchar otra vez ese ruido, ese sonido tan humano. Noche cerrada. Golpecito, golpecito, ventosa. El sonido de unos pies descalzos es muy reconocible. Golpecito, golpecito, ventosa. Cada vez más cerca. Golpecito, golpecito, ventosa. Hay alguien en casa, eso es así, -Laura tranquila-. Golpecito, golpecito ventosa. En el pasillo, en el pasillo, largo y oscuro que desemboca en tu habitación hay alguien. El corazón se le para. Tiene miedo, miedo como nunca. Es sólo una brizna de hierba en un incendio forestal. Miedo, de el de verdad.
Pero algo le salta en lo más profundo. Le suben los latidos más y más y más y Laura se levanta de la cama gritando como una leona. Una energía como si tuviera mil cañones por banda a toda vela, no pisa el gres si no vuela una leona hacia ti. –Se dice- Laura, con la vida a flor de piel, sale de la habitación y abre la puerta del pasillo para callar esas huellas pisando fuerte y decidida. ¡Y enciende la luz!
Tras el fogonazo no hay nadie. Espera, ¿cómo es posible?
Con el resto de energía, adrenalina y más sensación de aquí y ahora que hacer mindfulness hasta el culo de té indio en la misma Estupa, revisa la casa. Nada. Nada y más nada.
Vuelve a la cama. ¿Eran pasos? Estaba segura de ello, pero ¿y si no?
Extrañada y aliviada vuelve a dormirse, poco a poco el cuerpo retoma ese estropajo rugoso que solía sentir que era y se adormece.
Golpecito, golpecito, ventosa se oye. –Laura, tranquila, no hay nadie, se dice.
Golpecito, golpecito, ventosa se oye. –Laura, tranquila, no hay nadie, se repite.
Golpecito, golpecito, ventosa se oye. –Laura, tranquila, no hay nadie, insiste.
Respira hondo, sabiendo que era su último aliento y dice bien alto. -Ven a por mí. Ven y haz lo que hayas venido a hacer. Yo soy sólo una mujer desarmada. Únicamente te pido que cuando vayas a entrar en mi habitación, me dejes mirarte a los ojos una vez.
Los pasos se repitieron toda la noche y Laura, tendida boca arriba, respiró hondo sabiendo que tenía un pacto. Y se durmió.
A la mañana siguiente le despierta un whatsapp, era su coach: “oye, lauritas, perdona, que me dejé la grabadora puesta mientras hacía cosas en Casa, espero que no te asustara, nos vemos esta tarde”.
No, tiomierdas, no. No te necesito más, a fin de cuentas yo… Quería superar mis miedos.