Phaphá

A las 5:37 suena el despertador, muy bajito, al volumen justo para despertarle sólo a él, aunque hoy no importara cuánto ruido hiciera. Tarda 23 minutos en vestirse y 12 en llegar al mirador frente a su casa. Exactamente a las 6:12 es el amanecer y quiere verlo. Según le dicen, hay algo que se le escapa en cada crepúsculo, porque sinceramente, no les ve la gracia. Nunca importó, pero la diferencia es que ahora “no es normal ser tan insensible”. Si algo envidia de los heteros, es poder echarle la culpa del comportamiento histriónico de su pareja a las hormonas. No. Algo debía haber de cierto en el rictus de la expresión de Nacho y en todo lo que le echó en cara la tarde anterior.

Por diferenciar, Javier era “Papá” y Nacho “pupú”, -porque el resto de combinaciones sonaba raro-. Es la coletilla favorita de su marido que suponía que lo decía por lo de pipí y popó. Humor, lo llaman. De camino al mirador iba rumiando cada palabra que le hizo tragar “pupú” casi sin mirar y sin importarle dónde pisaba.

Pensando en el enfado de Nacho, llega al banco al borde del acantilado donde tantas parejas se hacen selfies al atardecer. El mar amanecía con fuerza bajo las rocas.  -Irritarse así, no había de qué. -Reflexionaba.- Lucía no había dicho “papá”, sonaba más a [fhafhá]. No había que echar las campanas al vuelo por eso y, desde luego, tampoco había que echarme a mí de la cama por no emocionarme. Por mucho que se empeñe no fue su primera palabra sino un simple balbuceo. Con 53 semanas de vida es lo normal. Si le aplaudimos cuando hable mal, jamás hablará bien.

El amanecer está a punto de comenzar. Pronto los primeros destellos de una esfera candente a 149.600.000km. llegarán a los bastones del ojo de Javier justo 8 minutos y 17 segundos después de salir de alguna explosión de gas del Sol. El firmamento se despereza mostrando una plétora de colores rosados, naranjas y azules que inquietan a Javier. Busca los puntos del cielo en los que el rosa es rosa, el naranja, naranja y el azul, azul. Las cosas son como está estipulado que sean. El azul cielo es cian y tiene una longitud de onda de 500nm. y papá se dice [ pəˈpɑː ]

El mar, a sus pies, da los buenos días a los pescadores que terminan su faena, arropándolos con la espuma y meciéndoles suavemente como si los barcos fueran una cuna antes de llegar a puerto. -Qué mareo-, piensa Javier que tan absorto está en buscar reglas y patrones a lo fabulosamente anárquico y bello de la Naturaleza, que todo lo que fue a buscar a ese sitio se le escapa a bocanadas.

El golpe síncrono de una muleta, la de un anciano que recorre el desfiladero, se hace cada vez más presente hasta el punto de sacarle de su concentración. Camina a ritmo de Lacrimosa de Mozart. Sin saberlo, supongo. Tiene un bigote poblado y, aun así, se le ven los dientes bajo el labio superior. Es un dibujo animado.

El abuelo se para delante suyo. Le reconoce, a fin de cuentas, el pueblo es muy pequeño.

-¿Es usted uno de esos que ha adoptado no?

-Sí.

-Chinita eh.

-De Sinkiang, al oeste, frontera con Kirguistán

-Ah, muy bien.  

-¿y cómo dices que se llama su hija?

Por un instante se queda en blanco. Gira la cabeza en la hora 6:12, justo para llegar ver la primera raya horizontal naranja del sol. Hipnotizado por la visión responde: -Phaphá

Mientras el viejo retoma el paseo dilucidando si el nombre de la chica es más de Sinkiang o de la contigua Quinhai, Javier se levanta de un salto y se va corriendo a ver el amanecer que realmente le emociona, el de los dos soles que tiene por ojos su “fequeñita”.

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