La cueva del monstruo

Una casa normal. Que se adapta a la norma, a los cánones, a lo esperado de ella. Dos habitaciones, un salón, un cuarto de baño en el que se combinan cosas de un señor que ni se cuida, ni se descuida y las de un bebé bien tratado. Los pañales y toallitas se entremezclan con lociones de afeitado y colonias. No hay nada típicamente femenino. El aire huele a Hugo Boss y a Nenuco original. Uno de esos botes enormes que había cuando éramos pequeños.

El salón tiene una parte dedicada a un despacho, como de alguien que trabaja desde casa pero sin apartar la mirada del ordenador. Quizás periodista o escritor de algo porque hay muchos periódicos viejos acumulados unos encima de otros. El color del papel va de abajo a arriba desde el amarillo herrumbroso de los más viejos al blanco grisáceo de los más actuales en la parte superior. Tres bolis desperdigados por la mesa, papeles, el mando a distancia sobre el sofá junto con un babi recién usado y dos biberones, uno a medio tomar todavía calentito. Se ve que el bebé hoy no tenía hambre y le costó comer, porque también había un plato con un bocata con un pequeño mordisco dado, como si el padre no hubiera podido almorzar.

En el suelo, al lado del sofá, se sitúa una cuna con ruedas muy vieja, la criatura ha debido heredarla, así como los juguetes que han hecho felices a muchos bebés anteriormente (a juzgar por la pérdida de color y elementos reparados).

El suelo está limpio, aunque se notan las huellas de las ruedas de la cuna que van hasta la habitación principal. Hombre de pocos recursos, moverá la cuna al lugar donde se encuentre: durmiendo en el cuarto o trabajando en el salón.

La habitación principal es de alguien que duerme solo. La cama está hecha pero se nota cierta asimetría. Las sábanas ligeramente onduladas en un lado, frente a lo tersas del otro. Sobre la mesita una foto algo antigua en las que un hombre joven está sonriendo abrazado a una mujer que sostiene un bebé con ojos muy verdes que se muestra muy feliz. La ropa en los cajones está doblada y cada prenda en su sitio, pero sin llegar a ser obsesivo el orden. Es más,  ayer no acertó con los calzoncillos en el cubo de la ropa sucia.

La habitación contigua es la del bebé. Poco colorido en los muebles desgastados pero mucho amor de padre. Una extensísima colección de chupetes queda protegida en una vitrina así como fotos del hombre con su hijo. Algunas son antiguas y parece que el hombre tuviera diez años menos que ahora, quizás ahora ha envejecido por la pena porque el bebé está igual de tamaño. Eso sí, en las fotos siempre sostiene al bebé con la misma mantita mullida y en la misma posición y siempre aparece en sitios muy fríos que hacen que en ninguna foto, salvo la primera, se le vea la carita al bebé.

Nada raro señor agente. Una casa normal, y un caballero normal… Nada raro, salvo, quizás, que todo está etiquetado y que debajo de la cama tenía una colección de cajas dobladas con listas de objetos. Aunque bueno, si por el trabajo cambia mucho de casa, normal que tenga agilizado el proceso de mudarse.

Me dijo que no hacía falta, incluso se enfadó mucho cuando quise ir, pero yo si puedo ayudar a mi inquilino y arreglarle las cortinas del salón, lo hago. ¡Menuda grata sorpresa se va a llevar cuando sepa que entré en su casa cuando él no estaba!

Cualquier cosa ya sabe dónde encontrarme, siempre ayudaré a la policía en lo que ésta me necesite.

Deja un comentario