Gotas de clorofila

Su marido le esperaba abajo, entreteniendo como podía a los niños cuyos gordísimos abrigos les hacían tener forma de croqueta. De vez en cuando, disimulando la preocupación, miraba al interior de esa ventana de madera del altillo.

Ella estaba dentro.

Dentro buscaba algo. No le importaba que entrara frío  por la ventana, ni que la falta de luz le hiciera forzar la vista. Las noches de luna llena son proclives a los misterios pero son benévolas con los ojos. Tampoco le importó que hubiera arañas de esas horribles colgando de alguna de las muchas redes sedosas que achaflanaban las esquinas y que se zarandeaban por el aire que entraba. Incluso parecía que se le iba la alergia al polvo. Respiraba por la nariz.

Respiraba por la nariz oliendo cada uno de los rincones del húmedo e inhóspito desván buscando ese “algo” que le llevara al puerto de donde partían sus recuerdos. Que eran suyos. Los que le había tocado vivir, los que le habían tocado el alma y que ahora tocaba con el dedo, arrastrando el polvo acumulado.

Polvo acumulado que cubría un pasado que recordaba de manera matemática. Es curioso cómo la “X» a resolver en la ecuación de la vida cambia de cifra según cambia la edad en la que la te enfrentas al enigma. Aquella incógnita que tanto le abrumaba y acomplejaba por no ser un número racional, ahora la veía con nostalgia y cariño. Qué difícil es ser diferente pero qué bonito también. Tantos años luchando por no poder comprender qué le pasaba por la cabeza a su madre y ahora, delante de sus recuerdos, su cruz (o su X) tiene como resultado una cifra elevadísima de nostalgia. La vida son matemáticas, se repetía. Siempre se le dio bien racionalizar la realidad para evitar dejarse llevar por las emociones que tanto asociaba a la fragilidad de su madre. Algunos adolescentes luchan a ser lo opuesto a sus padres.

«Lo opuesto a mis padres sería tirar todas aquellas cajas de trastos inútiles», pensaba mientras cogía aleatoriamente uno de los artículos. Un botecillo de gotas de clorofila de la planta de la juventud, cuya raíz esconde el secreto de la longevidad de los habitantes de Tierra del Aire en la lejana Amazonía. Se reía con cierto sarcasmo y pena de sí misma. «La fórmula química de este compuesto que parece que no os funcionó». Lo abrió para olerlo. Olía raro: a vida y a libertad. Inmediatamente lo dejó en su sitio.

Inmediatamente dejó en su sitio también su propia racionalidad.  Miró por la ventana y vio a aquellos niños que casi no se podían mover por la cantidad ingente de ropas de abrigo «Parecen croquetas» pensó. Afloró un recuerdo: Ella, a su edad, jugaba desnuda a hacer ángeles en la nieve en invierno. ¿De qué los protegía con tanto anorak y guantes? ¿De ser como era ella?

No, de ser como era ella se protegía a sí misma, así que se desnudó en ese desván, salió corriendo de ahí, fue con sus hijos y se tiró sobre la nieve a hacer ángeles. Su marido y sus hijos, sorprendidos y encantados, también se desnudaron y los cuatro jugaron y rieron como nunca.

Al día siguiente se enfrentó a ella misma. Protegida por sus ganas de vivir quitó las telarañas, el polvo y puso bombillas nuevas al desván, para llenar de luz todos sus recuerdos y, así, poder compartirlos con su familia.

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