Me llamo Juan, soy un hombre perdido:
entro y acabo salido,
pienso y acabo confundido,
sumo y acabo dividido.
No recuerdo cuando fue la última vez que sentí en mi boca algo que no fuera una palabrota, un sabor que no tuviera el aroma a derrota.
Nunca seré el prota y me aguanto.
No sé, supongo que al final te acostumbras al regusto del llanto y verte ahí tirado deja de ser para tanto. Como diría el otro: Espantas al mismo espanto.
Juan siempre habla rimado. Como lo hace poco, se puede permitir ese lujo.
Por encima del puente donde vive es martes: El tráfico está nervioso, porque llueve. Doña Antonia va camino del mercado, Luis promete que esta vez sí venderá el gordo y las gaviotas van a la playa de delante suyo al primer turno del desayuno.
Juan las observa con mucha curiosidad. Por su estilo de vida se ve identificado. Pasa el día como ellas: vagabundeando, buscando comida y volando con la imaginación. Se siente una más: Decora su hogar día a día con los restos que encuentra en la playa. Pequeños tesoros que acumula y que le sirven para diferenciar su nido de cualquier otro rincón oscuro y sucio de la ciudad. Se dice a sí mismo: Si tuviera su pico pescaría peces y cangrejos. Si tuviera sus alas me perdería entre las nubes bien lejos, si tuviera su libertad me quitaría mis complejos y anidaría en el bloque del barrio para cuidar de mis parejos.
Por ahora no tiene hambre así que está en su nido sin hacer nada pero algo le llama la atención. Le sorprende como cada día esa gaviota que parece canosa y vieja se para en la desembocadura del colector donde vive el, como si pasara a saludar o a decirle algo. De tantas veces que le ha visto le ha puesto nombre: Teresa. Es un nombre que le gusta.
Alguna vez le ha parecido que Teresa, con su pico, trajera regalos para él. Es imposible, piensa, porque ¿por qué una gaviota vieja y canosa traería nada a un perdido como él?
-Por qué Gaviota, por qué pudiendo volar quieres entrar en un lugar como este apestoso hogar.
-Por qué Gaviota, no te vas y dejas en paz a un hombre suspicaz incapaz de sentir amor sin disfraz
-Ay, de mi Gaviota de pelo blanco.
-Ay de mi Gaviota que me buscas por lo alto.
-De qué me sirve amarte, Gaviota si soy cobarde para tan siquiera, salir a saludarte.
-De qué me sirve que oírte pasar, Gaviota si me aterra irte a besar y pensar que te pueda volver a defraudar.
-Deja de venir a verme, Gaviota, deja de hacerme sentir que puedo volver a vivir como un hombre de feliz, bajo tus alas. Gaviota.
-Te quiero Gaviota, te lo digo por si mañana decides irte y no volver. Lo sabré entender porque de todas las cosas, desaparecer es la que mejor sé hacer.
Los hombres perdidos no sabemos sumar sentimientos positivos.