En esta ocasión, Diego Tomé nos pidió que hiciéramos una entrevista al protagonista de la anterior historia. Eso me dio la oportunidad de cerrar la historia y darle una explicación a esa aparición del alter ego del protagonista reflejada en el espejo ¿por qué apareces y qué quieres de él?
—Ayyyy –se queja en voz baja de su tremendo dolor de cabeza, similar al de una resaca fortísima –Qué ha pasado, qué pasa, dónde demonios estoy.
—¿Ya despiertas bello durmiente? -suena otra vez esa voz desde el espejo.
—¡No me jodas, tú otra vez no, tú otra vez no!! —chilla despavorido al reconocer esa voz.
—Hey, hey, hey no grites que esto es muy pequeño —Dice la figura del espejo con voz y gesto de paciencia exagerados.
—Todo se mueve, dónde estoy joder, dónde me has traído, ufffff, todo se mueve. —Balbucea.
—Todo se mueve como en un… ¿barco? —Dice el reflejo remarcando la obviedad del lugar. —Deja de ser un mierdas, anda, y enfréntate a la realidad por una vez. Abre los ojos a ver si te suena dónde te he traído.
Javier arquea las cejas tirando de sus párpados. La luz le ciega. Abre los ojos queriendo entender la situación. Sorprendido apenas articula dos palabras —¿El Atenea?.
—Efectivamente ca–pi–tán.
—¡Imposible! ¡El Atenea está atracado desde hace 3 años. Yo mismo di la orden y nadie más que yo puede moverlo!.
—Tú lo has dicho, nadie más que tú.—Secunda la figura señalándose a sí mismo. Recuerda que yo soy tú, esa parte tuya que no quieres ser.
—No nos movemos ¿Dónde estamos ahora?.
—¿Dónde crees? Sé que sabes, por cómo entra la luz del sol, que deben ser eso de las 15:30 de la tarde y por cómo se mueve el barco debemos estar anclados con las velas recogidas.
Javier se queda pensativo. Se levanta hasta situarse delante del espejo que refleja la figura de su interlocutor. Se queda cara a cara con él. Mira a los ojos a su reflejo que le de vuelve una mirada de quien espera una respuesta evidente. Habla muy despacio esperando que le corten, esperando equivocarse —Latitud treinta y seis grados norte con cuarenta y tres minutos y longitud –respira hondo –cuatro grados oeste y veinticinco minutos.
—¡¡Anda!! —La figura del espejo pasa de seria a burlona. —¿Me pregunto por qué habrás venido aquí justamente?
Javier le mira temiendo confirmar la peor de sus pesquisas.
La figura sigue hablando —Y también me pregunto qué hace ese bloque de hormigón atado con esa cuerda. ¡y un boli y un papel! ¡Cómo te gustan las escenas peliculeras don Javi!
—No. —Dice Javier asustado con el rictus cambiado al darse cuenta del plan —No —repite cada vez más fuerte —¡No!, ¡No!, ¡No! —Grita una y otra vez presa del terror.
—¿No? ¿Seguro que no? —Responde la figura con el tono burlón. —¿No te apetece ni un poquito?
—¡No! ¡no! —Grita llorando —¡Nooooo!.
—Porque para algo habrás traído ese material. No sé. Quizás tengas algo en la mente que quieras cerrar. Tal vez un recuerdo trágico, algo que sucediera aquí, mmmmh, piensa que se gurose te ocurre.
—Yo no traje nada, has sido tú, joder, tú y sólo tú… —Llora Javier inmerso en pánico
—¡NO! —Sentencia firmemente la figura. —Yo soy tú y sólo tú eres el que has traído el bloque de hormigón así que tú sabrás qué cojones quieres hacer con eso.
—Yo no soy tú.
—Sí que lo eres.
—No…
—Mira niñato. A ver si lo pillas qué hacemos aquí. Estamos en el mismo barco, en el mismo lugar y en la misma fecha que el accidente. —Expresa retadora la figura —¿Atas cabos?
—No… Dice Javier queriendo evitar la realidad.
—Sí, el accidente en el que murió María. ¿Te acuerdas?
—Todos los putos días.
—Pues ya que estamos aquí con los accesorios de baño que has traído yo lo veo de dos maneras: Puedes escribir una despedida bonita y coger el bloque de hormigón, atártelo al cuello y saltar del barco para reunirte con María o bien…
—¡¿O bien?! —Interrumpe Javier queriendo oír desesperadamente la opción segunda.
—O bien —dice la figura de forma conciliadora —puedes escribirle lo mucho que la querías, cuánto la echas de menos, atar la carta a la cuerda y hundirla con el bloque a modo de lápida y seguir con tu puta vida.
—No…—repite —Yo maté a María… Yo maté a María, tengo que ir con ella.
—¿Seguro? ¿Seguro Javier? ¿Seguro que fuiste tú? —Recrimina la figura muy seria. —Haz memoria.
Javier llora atormentado —Sí, había marejada; Olas de 3 metros; tengo que ir con ella. Yo estaba manejando el timón y ella se desancló a desatar la botavara; tengo que ir con ella, y al soltarse le dio un golpe en la cabeza; tengo que ir con ella y se calló al mar y cuando me di cuenta me tiré al agua y fui a por ella y nadé y la cogí y la subí al barco y estaba muerta. ¡¡Muerta!!
—¿Y quién le dijo que se soltara para ajustar la botavara? —Recrimina la figura.
Javier se queda helado, quieto. —Javier. —Insiste la figura. —Te he preguntado que quién le dijo que fuera a ajustar la botavara.
Javierr sale del trance de la pregunta y mira fijamente a la figura. Responde. —Nadie.
—¿Nadie?
—No… Yo, yo le dije que aunque se rompiera la botavara daba igual que teníamos el foque de capa para impulsar la nave y que ya se arreglaría en puerto.
—Y aún así salió a cubierta. —Afirma la figura.
—Y aún así salió a cubierta. —Confirma Javier, que ya respira con más calma.
—¿Y el resto del equipo? ¿Te recriminaron algo a ti?
—No, no, no. De hecho dijeron que ue fui tan estúpido como ella al saltar al mar, podíamos haber muerto los dos y, sí, lo entendían. —Javier inspira por la nariz, serio pero con el rictus menos tenso.
Hay un silencio. Javier respira hondo mirando al suelo. La figura le mira a él mientras recobra poco a poco la integridad. La figura permanece mirándole impasible.
Javier recupera el tono —¿A eso has venido? ¿A torturarme y a hacerme decidir si matarme yo o matar la memoria de mi mujer? ¿Es ese el motivo de tu macabra existencia? ¿Por eso te me apareces y me haces esas cosas?
—¿Eso crees?
—No sé, dímelo tú.—Ahora reta Javier a la figura.
—Javier, dime: llevas tres años de la cama al trabajo y del trabajo a la cama. Dime, maldita sea ¿Hace cuánto tiempo que no notas la sangre por el cuerpo? ¿Hace cuanto que no deseas a alguien o que te sientes deseado? ¿Hace cuánto que tu sangre no brota por tu cuerpo? ¿Hace cuánto que no te sube la puta adrenalina como cuando competías en altamar en este mismo barco? Joder Javier ¿Hace cuánto que no vives? Te lo diré: Hoy hace tres años así que o decides volver a vivir la vida plenamente o decides terminar con esta vida de moribundo con la que llevas tres años. Te toca decidir.
Ambos se miran fija y profundamente. La figura del espejo sentencia —Ahí tienes la hoja de papel la cuerda y el bloque de cemento. Tú sabrás si tienes que despedirte de María o despedirte de ti mismo. Sea como sea cuando la termines yo ya me habré ido.
Al poco rato Javier subía a cubierta vestido de capitán con la carta manuscrita, la soga y el bloque de cemento.