En tres palabras

Debería haber llamado. Es la hora. No, no es. Ya va tarde. Mucho de hecho. ¿Si la llamo? No, no llames. Mejor todavía no. Dijo treinta minutos. Ya se pasan. Treinta  y tres. No la llames. Dale su tiempo.

Miro al suelo. Respiro muy hondo. No puedo evitarlo: Cojo el móvil. Pienso qué diré. Ensayo la llamada. Quiero parecer calmado. Vuelvo a respirar. Marco su teléfono. Me da señal. Cuelgo de inmediato. No doy señal. Mejor apago todo. Todo como estaba. Me cree calmado. Porque lo estoy. No lo estoy. Sí lo estoy. No lo estoy. No, para nada.  Estoy muy alterado.

Respiro muy hondo. ¿Cuánto ha pasado? Sólo tres minutos. Respiro por mí. Y por ellas. Ellas me ahogan. Todas mis mierdas. Me aprietan fuerte. Me ahogan fuerte.

-Quiero llamarla ya. –Digo en alto

Déjala su tiempo. Que sea ella. Cuando ella quiera. –Respondo al espejo.

Miro el reloj.  Está como antes. Pongo la tele. Mierda de anuncios. Mierda de programas.

No hay luna.  La calle vacía. Normal, tan tarde.  No puedo dormir. No quiero dormir. Espera a mañana.  Seguro te llama. Ponte el pijama. Hazte algo caliente. No puedo dormir. No quiero dormir.

Miro el reloj. Está como antes. Cojo el teléfono.  Acaricio la pantalla. Pienso en ella. Empiezo a llorar. Dale su tiempo. Trata de dormir. No puedo dormir. No quiero dormir.

Miro el reloj. Es noche cerrada. No hay luna. ¿Será un presagio? Afuera, solo oscuridad. Dentro, pues también. No hay ruidos. Noche sin vida. Cuerpo sin vida. Resuenan las manecillas. Son segundos eternos.

-Ponte una peli. De esas míticas. Odio el Netflix. ¿Cómo se buscaba? Ahí debe ser. Sí, esa es. Aprieto el “Play.” Maravillosa Ingrid Bergman. Desconecto un poco. ¿Quiero ver otra? No, no quiero.

¿Qué hora es? Miro el móvil. Afuera todo negro. Dentro todo vacío. Ella sigue ausente.

¿Habrá algo abierto? Tan tarde, imposible. Necesito un café.  Necesito aire puro. Necesito que llame. Necesito sentirme ausente. Sólo esta noche.

Me brotan lágrimas. No hay ruidos.  No hay luces. No hay oxígeno.  No hay nada. No hay nada. No hay nada. Miro el reloj. Está como antes.

Cierro los ojos. Me pesa todo. Todo se esfuma.

Oigo un ruido. Me despierto sobresaltado. ¡¿Qué está pasando?! Suena el teléfono. ¡Es su teléfono!

Empieza a hablar. Parece muy alegre. Explosiva de felicidad. Exploto a llorar.

-No te esperaba.

Digo muy serio.

-No te creo.

Dice ella jocosa.

Los dos reímos.

Hay un silencio.

Me parece eterno.

-Todo fue perfecto. Ya eres abuelo.

-¿Ya soy abuelo? ¿Tú estás bien? ¿Ella está bien?

-¡Sí a todo!

Los dos lloramos.

Me quedo callado. La oigo reírse. Nos escuchamos respirar. Respirar de felicidad. Respirar de tranquilidad. No puedo hablar. También me río. Y también lloro. Yo qué sé. Somos tres llorando: Ya soy abuelo.

Voy soltando presión. Me deshincho lentamente. No tengo huesos. Soy solo aire. Soy solo felicidad.

-Necesitaba tu llamada. Salgo ahora mismo. Te veo pronto. Sólo siete horas.

-No son na. -Dice ella risueña.

-No son na. -Digo yo convencido.


Intenso eh!! ¿te has fijado? Este texto está escrito totalmente en frases de tres palabras. Ninguna frase es mayor y ésto induce al lector mucho dramatismo, intensidad y estrés ya que en oraciones tan cortas no se pueden añadir adjetivos, adverbios ni elementos que puedan ralentizar o pausar el ritmo de lectura. Cada frase es una descarga de un desfibrilador que te induce una corriente eléctrica al corazón.

Deja un comentario