Breve y eterno

¿No os ha pasado que según quién te cuente una historia, se te puede hacer eterna o pasar muy rápidamente o que la vivas como si estuvieras ahí o que no te afecte para nada?

El estilo de redacción, con frases más largas o más cortas, la presencia de más verbos o más adjetivos cambian radicalmente las sensaciones que el lector recibe. He aquí mi propuesta de cómo una situación se puede vivir de dos maneras distintas.

También creo que he batido mi record a la frase más larga que he escrito.

Ese breve momento que nunca debió existir, pero que duró eternamente

Los jubilosos gritos desesperados de mis compañeros llenos de energía al salir del instituto, el ruidoso tráfico falto de oxígeno circulando rápido por las venas de la ciudad queriendo ir al campo a oxigenarse, los altísimos tonos de los bajos de los altavoces de los discobares de la zona reclamando la atención de la sobria ciudad y las palomas y los perros y los críos y las motos y las viejas quedaron silenciados por unas palabras susurradas que no pude oír, pero que generaron un eco punzante en mi corazón como un cuchillo muy afilado atraviesa la piel sin apenas desgarrarla, como una aguja inyecta veneno en un condenado a muerte, como el papel corta la delicada tez de un chico que sueña con un amor imposible envuelto en pétalos de rosas.

Es viernes por la tarde, salimos de clase y delante mío Juan besa a Laura. Mi Laura. La única Laura del mundo.

Ella salía por la puerta del instituto delante de mí y en la explanada colindante, él se acercó por detrás suyo y, con un ágil movimiento digno tanto de las artes escénicas y como de las marciales, se colocó enfrente de Laura, sonriéndole con el medio labio que no se estaba mordiendo y mirándola fijamente a los ojos con la pasión de mil pura sangres españoles, mientras colocaba sus manos tersamente en la mandíbula de la mujer más maravillosa del mundo, sujetándole delicada pero firmemente en la posición en la que sus bocas se alineaban y, tras decirla lo que en mi imaginación sonaba a «jódete Javier, soy más valiente que tú», se fue acercando lentamente a ella, dejando tiempo para que Laura expulsara el aire inspirado por la sorpresa de su abordaje y se rindiera ante el erotismo de un adolescente madurado al sol y a los puñetazos de la calle, a quien le puso morritos con la mirada escondida en unos ojos cerrados de los que salían arcoíris efervescentes y con unos labios enrojecidos por la sangre de un cuerpo a punto de estallar de la pasión y de la imposible realidad de un encuentro escrito en un diario de una chica cuya boca sólo podían imaginar lo que ahora estaban sintiendo.

Y los jubilosos gritos desesperados de mis compañeros llenos de energía y los coches, las viejas, los perros y mi corazón se quedaron callados, en silencio, dejando que ese momento que nunca debió existir, durara eternamente.

Era su primer beso, lo sabía, porque quería habérselo dado yo, pero no me atrevía.

Él, tras el piquito, que en realidad fue sólo eso, se marchó confiado dedicándole el gesto de “llámame” y yo pude volver a la realidad, donde los jubilosos gritos desesperados de mis compañeros llenos de energía y los coches, las viejas, los perros y mi corazón gritaban de dolor como en una pesadilla demasiado real.

En ese momento empiezo a andar y mi mejor amigo, Luis, se pone delante, me mira, me sonríe, se acerca, me coge la cabeza, me mueve, se acerca más, cierro los ojos, me da un golpe suave en la mandíbula con algo blandito, se aleja, se ríe, noto humedad en mis labios, se ríe más. Espera ¿qué?

-¡¿Qué cojones has hecho tío?! –Le grito.

-Te he dado un besito- dice burlón Luis.

-¡Cabrón, has sido mi primer beso putogringe!- Dije.

-¿Hubieras preferido que fuera Laura?

-¿Laura? ¿Qué Laura? ¿Pero quién coño es Laura?

Y por segunda vez ese día, el tiempo se paró, pero para bien. Entendí perfectamente lo que había hecho Luis.

Veinte años después nos seguimos descojonando de aquel primer (y único) beso que nos dimos y es a nuestras parejas a quien se les hace eterno el tiempo cuando rememoramos esa historia.

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