Zipi y Zape

Cada miércoles llama mi jefe a la oficina. Me pregunta por el informe Tal y se lo digo; me pregunta por el informe Pascual y se lo digo. Si voy con retraso me echa la bronca, si voy a tiempo me dice que debo añadir algo que me hace ir con retraso y me echa la bronca. Si me adelanto a él, me dice que estoy haciendo trabajo de más y me echa la bronca. ¡Angelito!. Cuelgo y salgo a fumar.

Zipi y Zape están delante. No sé cómo se llamarán, pero Zipi y Zape les pega.

Todos los días se sientan en el banco de delante de la oficina. Zipi parte un bocadillo en dos y mientras él come relajado, mirando al infinito, Zape sigue trabajando para conseguir alguna moneda más de caridad. Acerca, sin levantarse, su mano cóncava a los viandantes y repite su frase favorita “yo de joveh era tan guapo como tú, pero tiene un gran repertorio. Un día dijo a un gordo “lo que daría por ethá de gordo como tú, cabrón” Creo que el gordo cabrón no le escuchó, o quizás fuera un gordo cabrón sordo.

Zipi no interactúa. Él mira al infinito y come, come masticando con la boca abierta, diría que sonriendo, arqueando las cejas y abriendo los ojos como un niño. Parece como si pudiera divisar el cielo a través del edificio de viviendas de lujo de mi oficina. Zape no aleja su vista del suelo y de las papeleras y de la gente que pasa. Sus ojos son los de un águila vieja.

De tanto en tanto, Zipi inspira profundo, traga y con un intenso aspaviento de curiosidad le dice a Zape “Yo creo que el mar ruge porque nadie le responde. Yo creo que nos mueve y nos vence porque quiere algo de nosotros, por eso laza insistentes lenguas saladas que nos empapan”  Zape niega con la cabeza y le salta “ehtoy hasta la polla de tuh mierda, tiomierda” Zipi asiente con la cabeza satisfecho.

Siguen comiendo en silencio, entre el cielo y las papeleras.

Zipi inspira aire y se  inspira para otra frase. Alza la voz entusiasmado “Probablemente no haya en nuestra vida un instante más terrible que aquel en que uno descubre que su padre es un hombre… hecho de carne humana”.  Zape responde “eh te calleh ya tiomierda”. Zipi sonríe complacido masticando sus palabras, le saben bien.

Han pasado ya 25 informes y 29 broncas de ese día.

Hace tiempo que solo es Zape quien se sienta en el banco a mirar al suelo, a las papeleras y a los transeúntes, pero no habla, su mano de pedir la deja quieta en el aire. De vez en cuando otea intrigado el edificio, como hacía Zipi, pero parece que es por saber qué veía él entre esos ladrillos. Después mira hacia un lado y mira hacia el otro y mira a donde estaría Zipi y se queda mirando su ausencia con la mirada perdida.

Y siguen los días. Ya van 35 informes y 40 broncas.

Debería haber incluido el valor patrimonial de los activos (aunque fuera a todas luces irrelevante). “Vete a tomar por culo hijo de puta “. Cuelgo el teléfono.

Salgo a la calle. Está Zape mirando al edificio sin saber qué mirar. Ya es costumbre en él. Me siento a su lado en silencio. Le doy medio bocata que me había traído, miro para arriba, inspiro fuerte, “La afición al té refleja aquella concepción del  Zen según la cual la grandeza se encuentra en los pequeños incidentes de la vida”

Zape me mira con disimulada sorpresa, hermandad y media sonrisa.

Grasia; -silencio- musha suerte tiomierda. Ese jefe tuyo era un Gilipollas”

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