El viaje

Hola, a estas alturas estarás tirada en el sofá lamentándote de tu mala suerte, pero a las 7 estaré en el Ayuntamiento.”

Un frío y húmedo Oviedo de otoño no era el paisaje más motivador para salir a la calle, aparte, siempre que se veían ella acababa desnuda y hoy no tenía cuerpo, pero aun así, sin saber por qué, 10 minutos más tarde de la hora prevista estaba donde habían quedado.

Con el primer paseo por la calle Uría, con sus agitados comercios y luces de neón ella ya se había despojado de  su armadura de metal, tras dar la vuelta por Gascona, con el olor a Sidra y el bullicio de la gente ya se había quitado su camisa y a la altura del silencio de la catedral se quedó en ropa interior. Cinco minutos más de conversación y ya estaba, otra vez, desnuda, con la piel en carne viva. No podía evitarlo.

No tenía frío, se abrigaba con los cálidos consejos, recuerdos y chistes malos que le dedicaba su compañía, pero esta vez tampoco sentía calor. El que no le dieran la beca a Túnez la dejó helada.

Se dejó llevar a una tetería escondida, vetusta, cutre, la palabra es cutre.

 -¿En serio? ¿Aquí?- se quejó a su guía.

Dentro sonaba muy fuerte algún tipo de canción popular árabe. Los camareros, claramente paisanos de la música, se movían enérgicamente por una sala repleta de oriundos. No entendía nada de lo que se decían. -Aquí sobramos- dijo.  Se sentaron en la última mesa libre.

La camarera sin preguntar les puso un te muy oloroso que terminó por saturar sus sentidos anegados por el color de las paredes, el brillo de los telares, el olor mil fragancias y los gritos de los hombres y mujeres engalanadas con túnicas.  

Ella volvió a vestirse, protegiéndose.

En un momento, Laura, que había estado luchando toda la tarde por hacerla sonreír, dijo mirándole a los ojos:  -María, Túnez está más cerca de lo que crees- Se levantó y su figura se perdió tras una puerta vieja.

La música se escondió tras un silencio y en un extremo del local se iluminaron unos focos. Empezaron a tocar una Nay un duduc y un darbuca y apareció la figura de una bailarina aflorando por el fondo.

-¡Laura!

Pelo suelto, ojos seductores, media sonrisa de confianza, manos cruzadas y una cadera desafiante atrapaba las miradas y la admiración de todo el personal, especialmente de María, quien jamás sospechó que su amiga fuera tan… “¡wow!”.

Con un sujetador azul brillante lleno de purpurina y una larga falda plisada formada por pañuelos de seda, se empieza a apoderar del momento. Las pulseras y adornos tintineaban al ritmo de una pasión cada vez más acelerada.

Todo el local era su escenario, levitaba entre las mesas, mirando y jugando con todos los asistentes. La sonreían y se movían en sus asientos con ella. Se decían palabras que sólo ellos entendían. Se notaba la tremenda admiración que sentían por ella.

Laura iba dejando caer pañuelos.

Poco a poco las mujeres y los hombres iban saliendo a bailar conforme la maestra de ceremonias (¡Laura, su amiga Laura!) les iba animando a levantarse. El jolgorio, los gritos y la festividad y esa música tan animada hacían que María se sintiera en casa y lejos, muy lejos de Oviedo.

Todos bailaban ya. Nadie miraba a Laura, que, sensual y poderosa aprovechó para acercarse a María que estaba, otra vez, totalmente desnuda. La hizo levantarse, cogió el último pañuelo de su falda y la rodeó el cuello muy suavemente. Ambas movían sus caderas, ambas se sonreían, ambas se sentían embriagadas por el espíritu de la música hasta que un cruce de miradas las hizo a ambas quedarse quietas.

Se dieron su primer beso, un beso que era el billete de ida al viaje más maravilloso de sus vidas.

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